Capitulaciones del intelecto

Desde el momento en que cogí su libro me caí al suelo rodando de risa. Algún día espero leerlo.

Groucho Marx.

domingo, octubre 31, 2021

RELATO DE HALLOWEEN

 

                                                             LA PIEL

                                                  Joan Antoni Fernández


Un repentino crujido hizo que Amelia se despertara bruscamente en mitad de la noche. Inquieta y anhelante, abrió los ojos para entrever bajo la luz de la luna una fantasmal danza de ramas ante su ventana. Tiritando de forma convulsiva, la muchacha se encogió dentro de las sábanas sintiéndose aplastada por el ominoso silencio que la envolvía. Y entonces, de repente, llegó hasta sus oídos un seco chasquido de madera vieja que la hizo estremecer de ansiedad. ¡Alguien estaba subiendo por las escaleras!

¡No podía ser verdad, lo que le explicara el doctor Ezequiel era imposible! Notando el corazón latir con frenesí dentro de su pecho Amelia se levantó de un salto del lecho y corrió hasta la puerta de la habitación, cerrándola con rapidez y echando el cerrojo. Asustada, apoyó la espalda contra la madera mientras aguzaba el oído y contenía su agitada respiración para oír mejor.

Clac. ¡Otro crujido! La joven retrocedió en la penumbra con los ojos dilatados por el espanto. Rápidamente se quitó el camisón y se vistió con manos temblorosas. Se puso un jersey y unos tejanos, calzándose las zapatillas de tenis. Apenas se había atado el último cordón cuando notó como el pomo de la puerta giraba con enervante lentitud. El cerrojo resistió y se oyó un golpe seco cuando alguien desde el otro lado chocó contra la puerta cerrada. Amelia lanzó un grito de miedo y retrocedió asustada hasta topar con la ventana. Dominada por un temblor incontrolable la joven descorrió el pestillo y abrió el batiente, viéndose azotada por la fría brisa nocturna del exterior.

Las ramas de un roble majestuoso se mecían solemnes a poca distancia de ella, como invitándola a salir. Un nuevo golpe contra la puerta, más fuerte y rabioso, la decidió al fin. Cada vez más agitada la muchacha se subió al alféizar y, sin dudarlo, saltó hacia el árbol. Sus manos se cerraron sobre el grueso tronco mientras infinidad de hojas y ramas pequeñas azotaron su cuerpo sin piedad, desollándole los brazos e hiriendo su rostro. Sin prestar atención a semejante castigo Amelia comenzó a descender hacia el suelo con rapidez, respirando a grandes bocanadas y dominada por una acuciante ansiedad. No tardó en alcanzar el césped que rodeaba al roble y cayó sobre la tierra con las manos laceradas y los brazos cubiertos de pinchos.

Entonces, proveniente de la ventana que acababa de abandonar, surgió un grito inhumano preñado de rabia que heló la sangre de la muchacha. Sin poder evitarlo alzó la cabeza y, bajo la tenue luz de la luna, distinguió recortada en la oscuridad una sombra en la que sólo eran perceptibles un par de ojos incandescentes como brasas que parecían mirarla con perversa intensidad. Amelia gritó a su vez dominada por un pánico cerval y se levantó con rapidez para salir corriendo a través de la noche, huyendo de aquella cosa macabra que seguía rugiendo a sus espaldas. ¡Dios mío, ojalá pudiera escapar de aquel maldito lugar cuanto antes!

Corrió sorteando las sombras que se cernían sobre ella, tropezando y cayendo para volverse a levantar, dominada por una angustia como nunca antes había experimentado. Sabía que estaba en peligro y no podía detenerse si quería conservar la vida y la propia cordura. Entonces, surgiendo de la nada, una mano fría y huesuda atenazó su brazo y la hizo detenerse en seco, casi derribándola por la brusquedad. Amelia gritó de nuevo mientras era zarandeaba con violencia.

¡No grite, maldita sea! —masculló una voz herrumbrosa en su oído—. ¡Soy yo, el doctor Ezequiel! ¡Va a lograr que nos descubra a ambos!

¿Ezequiel, es usted? —La muchacha se tranquilizó un tanto y bizqueó tratando de reconocer en medio de la penumbra el rostro anguloso del médico—. ¡Dios mío, tenía usted razón! ¡Ella ha vuelto, está aquí y viene a por mí! ¡Ayúdeme a salir de este lugar, se lo suplico!

¡Ah, mi niña! —El médico dejó escapar una risa breve y áspera que puso a Amelia los pelos de punta—. Tenía usted que haberme escuchado antes, ahora sólo hay una forma de aplacarla, lo sabe usted muy bien. Por eso he venido.

¡No! —Amelia sintió una nueva punzada de pánico en su pecho—. ¿No irá usted a...? ¡Por Dios, no sea cruel, ayúdeme!

Demasiado tarde, pequeña —mientras Ezequiel hablaba de su mano libre surgió un destello frío y metálico—. Ahora tendrá usted que pagar el precio.

¡No, no! —La chica jadeó completamente aterrorizada.

El estilete trazó una amplia curva en el aire y cayó en picado, buscando con saña el cuerpo de la joven. Entonces el frío de la noche pareció retroceder ante el calor de la sangre que comenzó a derramarse sobre la tierra.



Todo había empezado dos años atrás, en un hospital. Cuando Amelia recuperó el sentido su olfato se vio anegado de un dulzón aroma a desinfectante. En cierta manera se sentía lejana y embotada, como si su cuerpo estuviera flotando dentro de una bañera repleta de agua. No notaba nada, era como si sólo tuviera mente y ojos. Recorrió con la vista el lugar donde se encontraba y poco a poco fue comprendiendo que se hallaba tumbada boca arriba sobre un lecho. La habitación estaba pintada de blanco, de ese blanco aséptico que sólo existe en los hospitales.

¡Dios mío! -exclamó sin apenas poder mover los labios.

Un leve movimiento a su lado la hizo comprender que no estaba sola. Frente a ella apareció una figura de blanco, una enfermera que la miró con cierto aire profesional que trataba de transmitir una falsa sensación de simpatía.

Hola, ¿ya te has despertado? ¿Cómo te encuentras?

No... no siento mi cuerpo.

Eso es normal, estás sedada, cariño. No te preocupes por nada, ahora estás en el hospital y tienes a los mejores médicos atendiéndote.

¿Qué me ha pasado?

¿No lo recuerdas?

En el acto todo estalló en su memoria. ¡Las llamas! El edificio donde trabajaba se había incendiado y ella quedó atrapada en el ascensor. Recordaba el calor, el humo que se arremolinaba ante ella, penetrando en sus pulmones y asfixiándola. Se veía a sí misma caer de bruces al suelo, jadeando desesperadamente en busca de una imposible bocanada de aire fresco. Y luego, antes de perder el sentido, una llama roja, incandescente, que brotaba por debajo de la puerta y se acercaba hasta ella, lamiéndole con avidez el brazo. ¡Ay, qué dolor, qué terrible dolor!

Tranquila, cielo, no te agites o será peor —la enfermera se inclinó sobre ella y comenzó a aplicarle una pomada sobre el torso.

Amelia fue consciente por vez primera de que tenía todo su cuerpo vendado por completo. Sólo los ojos permanecían al descubierto. Entonces, horrorizada, comprendió al fin lo que había sucedido. ¡Estaba quemada, el fuego la había alcanzado en el interior del ascensor abrasándola sin misericordia!

¡No!

Tómalo con calma, querida —la enfermera siguió aplicando con delicadeza la pomada por encima de las vendas—. Después de todo lograste salvar la vida, no lo olvides, lo demás sólo es cuestión de tiempo.

De súbito la puerta de la habitación se abrió con brusquedad y un hombre de mediana edad, de semblante pálido, cabello cano y pómulos prominentes penetró deteniéndose a los pies de la cama.

¡Vaya, por fin se ha despertado usted! —exclamó con voz profunda—. Soy el doctor Ezequiel y llevo su caso.

¿Cómo... cómo estoy, doctor?

No muy bien, la verdad —el médico lanzó una mirada a la enfermera—. ¿Ha terminado usted ya con las curas? Quisiera hablar en privado con la paciente.

Continuaré más tarde —la enfermera dejó la pomada sobre la mesilla y salió de la estancia con rapidez. Ezequiel guardó silencio hasta que la puerta se cerró de nuevo, aislándoles a Amelia y a él del resto del hospital.

Bien —dijo con un suspiro mientras se acercaba a la cabecera de la cama—, voy a ser completamente sincero con usted. En estos momentos se encuentra plenamente sedada, pues sufre quemaduras de segundo y tercer grado en más de un ochenta por ciento de su cuerpo. El hecho de que haya salido con vida de semejante percance puede decirse que es casi un verdadero milagro, pues apenas logramos parar a tiempo el shock hipovolémico mediante la transfusión de gran cantidad de plasma. Pero lo peor de todo es que, si usted sobrevive a las quemaduras, su cuerpo entero quedará prácticamente irreconocible, convertido en un verdadero guiñapo. Tendremos que realizar infinidad de trasplantes de piel, injertando gran cantidad de tejido liofilizado que conservamos en soluciones de plasma a una temperatura de ochenta grados centígrados bajo cero y deshidratados al vacío, complementándolo todo con cirugía plástica, especialmente en el rostro. Todo eso será muy caro y doloroso, además de que existe el peligro de rechazo. Su futuro no es nada alentador, créame.

¡Dios mío! —Amelia parpadeó asustada sintiendo que su vida entera parecía hundirse en un pozo sin fondo.

Pero no todo está perdido —el médico alzó una mano huesuda reclamando su atención—, si me he permitido reanimarla contra el consejo de mis colegas es porque tengo una oferta que puede ser interesante para usted. Si acepta mi ofrecimiento, yo me comprometo a dejarla como nueva en un tiempo relativamente corto y, además, sin que ello le cueste a usted nada en absoluto.

¿De qué se trata? —una chispa de esperanza brotó en el corazón de la joven.

Poseo una clínica privada en un pueblo cercano y mediante un sistema de mi invención puedo injertarle la piel de una muchacha que acaba de morir. Ella sabía que su fin estaba cerca y aceptó donar la totalidad de su piel para un caso desesperado como el suyo. No tema, acabo de realizar las pruebas pertinentes y no existe peligro alguno de rechazo. Pero tiene usted que decidirse rápido, si hay que hacerlo tendremos que realizar la operación en un plazo máximo de dieciocho horas, antes de que el cuerpo de la donante se descomponga, o no servirá de nada. ¿Qué decide usted?

Yo... —Amelia trató desesperadamente de tragar saliva por su reseca y entumecida garganta, conmocionada por el horror de su propia situación—. ¿Está usted seguro de que al final quedaré bien?

Perfectamente —Ezequiel sonrió sin alegría mostrando un rostro avejentado repleto de arrugas—. Quedará usted como nueva, se lo garantizo.

Está bien, acepto —la joven sintió una comezón creciente por todo su cuerpo mientras su mente parecía caer en un abismo sin fondo.

No se arrepentirá, de veras —el médico pareció alejarse en la distancia, empequeñeciendo su figura mientras la voz se hacía casi inaudible—. Hoy empieza para usted un futuro repleto de esperanza, ya lo verá.

Una punzada de dolor acompañó a Amelia de regreso a su inconsciencia.



Tres semanas más tarde el doctor Ezequiel quitaba con delicadeza las vendas que envolvían el rostro de la joven mientras ésta notaba su corazón latir salvaje en el pecho. Todavía resultaba muy vívido para ella el infierno de interminables operaciones a las que se había visto sometida en aquella clínica privada situada en Albiac, un pequeño pueblo perdido entre las montañas aunque a escasas horas de la ciudad. Amelia había permanecido internada en una habitación de aquella clínica sin ver a nadie y todavía ignorante del resultado de aquel prolongado martirio.

¿Cómo ha quedado? —preguntó ansiosa mientras el médico la observaba con ojos intensos tras quitarle la última venda.

¡Perfecto, lo hemos logrado, ha quedado perfecto!

Amelia se alzó de un salto y se acercó al espejo dominada por una enorme excitación. Cuando contempló su rostro reflejado en la bruñida superficie lanzó una exclamación de sorpresa.

¡Pero si estoy como nueva! —exclamó alborozada— Incluso diría que ahora soy más guapa y todo. ¡Qué piel tan suave y maravillosa, me siento realmente divina! ¡Gracias, doctor, es usted maravilloso!

Bueno, el mérito no es sólo mío, también hay que agradecérselo a la donante.

Amelia dejó de contemplarse en el espejo y se volvió hacia el galeno.

¿Quién era ella? Usted no me lo ha dicho nunca.

Es... era mi hija —Ezequiel se puso repentinamente serio.

¡Su hija! —La joven contempló al otro con incredulidad.

Tenía una malformación hereditaria, no pudimos hacer nada por salvarla —el hombre habló en voz muy baja, casi sin fuerzas—. Dios sabe que lo intenté todo, pero fue inútil. Por eso, cuando ella comprendió que su final era inevitable, me donó su piel. Quiso que yo pudiera salvar al menos una pequeña parte de ella, darle una nueva vida.

¡Dios mío!

Ahora sólo le imploro a usted una cosa: no se acerque por nada del mundo al cementerio del pueblo, incluso es mejor que se vaya de las inmediaciones. Ella está enterrada allí y su cuerpo sin alma puede sentir la llamada de la piel, lo sé. Entonces, como un monstruo irracional, se alzaría de su tumba para reclamar lo que es suyo. Aléjese del pueblo, regrese a la ciudad y viva su vida sin acercarse jamás a este lugar.

Amelia parpadeó desconcertada en medio de la habitación mientras contemplaba al pobre hombre con desconcierto. Sin duda el médico no estaba muy en sus cabales, todo aquel asunto debía de afectarle de forma profunda trastornando su raciocinio.

Lo que usted diga —dijo al fin mientras volvía a mirarse en el espejo.

Qué importaba después de todo. No pensaba volver a poner los pies en aquel lugar nunca más, quería marchar lejos y disfrutar de la vida. Dios le había dado una segunda oportunidad y no pensaba desperdiciarla.



¡Albiac, quieres que vaya a Albiac!

Su jefe la miró de hito en hito y luego sonrió.

Bueno —dijo enarcando las cejas—, ya sé que no es el centro del mundo pero por algún lugar hay que empezar. Sólo será una temporada, mientras reorganizas la red de ventas en la comarca y creas una cartera de clientes. Luego accederás a una jefatura de zona en la capital, te lo prometo. ¿No me crees?

No, no es eso —Amelia se sintió azorada sin saber cómo seguir—. Sólo es que tengo malos recuerdos de ese pueblo. Pasé una buena temporada en la clínica que hay en las afueras y me juré no volver nunca más por allí.

¡Ah sí, tu famoso accidente! —el jefe rió divertido—. Pues yo había pensado en ti creyendo que les estarías agradecida, te dejaron como nueva.

Y lo estoy —ella sonrió a su vez—. ¡Qué demonios! Tienes razón, claro que no pasa nada. Voy a ir a Albiac y realizaré ese trabajo.

¡Pues claro, mujer! No se va a morir nadie por eso.



Alquiló una casa con jardín en las afueras por un precio muy módico. Apenas paraba en el pueblo pues sus clientes la obligaban a desplazarse de un sitio para otro. Llevaba dos días yendo a la casa sólo para dormir cuando, a atardecer del tercero, los faros de su coche iluminaron la figura del doctor Ezequiel al enfilar el camino hacia el garaje. Amelia lanzó una imprecación en voz baja mientras aminoraba la marcha, pues había tenido la esperanza de que el galeno no se enterara de su estancia en aquel lugar.

Hola, doctor Ezequiel, ¿cómo le va? —gritó con falsa alegría sacando la cabeza por la ventanilla y deteniendo el vehículo a su altura.

¿Por qué ha regresado?

Sólo estoy de paso —la joven se puso a la defensiva—. Pienso marcharme en tres o cuatro días, ya casi tengo acabado mi trabajo en esta zona.

¡Maldita sea! —el hombre apretó los puños con rabia y la miró huraño—. ¿Por qué no me ha hecho caso? Ella sentirá su presencia en el lugar, ya la debe de haber sentido. Vendrá a por usted, no lo dude, reclamará la piel que le arrebató. ¿Es que aún no lo comprende, estúpida? ¡Vendrá a arrancarle la piel!

Yo... —Amelia se estremeció a su pesar—. Es tarde, será mejor que se vaya a su casa. Buenas noches, doctor.

La joven aceleró el vehículo y se alejó de la inmóvil figura del médico. Notando como el corazón golpeaba en su pecho con frenesí condujo el coche hasta el entoldado de uralita que le servía de garaje y frenó con brusquedad. Entonces desconectó el motor descendiendo apresuradamente del vehículo y corrió hacia la casa. Cuando estuvo ante la puerta principal la abrió con nerviosismo y penetró en el interior cerrando velozmente a sus espaldas. Sólo entonces se permitió un suspiro de alivio y espió por la mirilla hacia fuera. Ezequiel ya no estaba en el camino, sin duda se había marchado.

Dominada por una fuerte agitación corrió a la cocina y se preparó una cena frugal. Lentamente recuperó la calma y trató de olvidar el desagradable incidente. Mientras se tomaba el bocadillo con leche que se había preparado puso la radio para calmar sus nervios. Una música suave se dejó oír y Amelia sonrió aliviada. El mundo parecía volver a girar con normalidad ante ella.

"Interrumpimos este programa para darles una noticia de última hora. Al parecer una persona o un grupo de personas desconocidas han realizado un acto sacrílego en el cementerio de Albiac. La tumba de una mujer, Ana Ezequiel, muerta hace dos años, ha sido salvajemente violentada. El féretro ha sido encontrado por el vigilante del cementerio, abierto y sin rastro del cadáver. A estas horas la policía municipal no ha encontrado todavía los restos y se está realizando una minuciosa batida por todo el sector. Seguiremos informando en cuanto nos lleguen nuevos datos".

Amelia casi se atragantó a oír la noticia. ¿Sería posible que...? ¡No! Sin duda era pura casualidad o tal vez el médico había perdido del todo la chaveta. Asustada, la joven apagó la radio, atrancó la puerta y subió a su dormitorio. Una vez en la cama se tomó un sedante y trató de dormir. Sin duda vería las cosas mucho mejor a la luz del día.

Horas más tarde un crujido en la escalera la despertó. Era la hora de morir.



¿Quién anda ahí?

La potente luz del foco hendió la oscuridad mostrando tras el volante el pálido rostro del doctor Ezequiel. El hombre parpadeó bajo aquella cegadora claridad y se llevó instintivamente una mano a los ojos.

¡Oh, doctor, es usted! —el policía se la acercó bajando la linterna—. Nos viene usted de perlas, pues acabamos de encontrar el cadáver desaparecido y puede echarle un vistazo. Por cierto que el fiambre estaba muy bien conservado si tenemos en cuenta que llevaba dos años bajo tierra.

¡José, imbécil, cierra esa condenada bocaza tuya! —El jefe de policía surgió de entre las sombras y le arreó un manotazo a su ayudante—. Dispense a José, doctor, Él es nuevo en el pueblo y no sabía que se trata del cuerpo de su hija.

No importa —Ezequiel se pasó una temblorosa mano por la frente perlada de sudor—. Pero no puedo detenerme, llevo a una paciente al hospital. Mi prioridad está con los vivos, compréndalo.

¡Desde luego! —el jefe iluminó el trasero del vehículo donde una forma yacía estirada sobre el asiento—. ¿Es grave?

Quemaduras —murmuró el médico—. Tengo que operar enseguida, injertar la piel de nuevo, hacer que reaccione. La salvaré, juro que la salvaré. No fallaré esta vez.

Bueno —el policía retrocedió asombrado ante la vehemencia del otro—. ¡No pierda usted el tiempo, aquí no nos hace falta!

Ezequiel aceleró el vehículo y partió a toda velocidad seguido por la mirada inquisitiva del municipal.

¡Qué tipo tan extraño! —murmuró al lado su ayudante— ¿Por qué no llevaba a la enferma en una ambulancia?

Porque sería una emergencia, idiota —su superior se volvió hacia él con indignación—. En vez de hacer preguntas estúpidas sería mejor que descubrieras quién demonios ha sacado a pasear a ese cadáver.

Jefe —un nuevo policía se acercó a ellos—, hay algo que no encaja. Yo he estudiado medicina, ya lo sabe.

¿Y qué?

Pues que el cuerpo que hemos encontrado es el de una mujer joven que ha muerto recientemente. Acabo de examinarlo y alguien le ha clavado un instrumento punzante en el corazón. Y eso no es lo peor: a la pobre la han despellejado como si fuera un conejo. Nunca había visto nada parecido, con razón creíamos que semejante guiñapo era el cadáver del cementerio. ¡Está irreconocible!

¡Mierda! ¡Ahora también un asesinato!

¿Cree usted que Ezequiel llevaba el cuerpo de su hija en el coche? —José se acercó para cuchichear al oído de su superior.

¡No digas tonterías! La pasajera que llevaba Ezequiel se movía. No he podido ver su rostro, pero los ojos estaban muy vivos, se notaba un gran dolor en ellos. Hasta se me ha puesto la piel de gallina.

El jefe no lo supo, pero en sus palabras estaba la clave de lo ocurrido.

La piel.

sábado, diciembre 24, 2016

                                            LA NAVIDAD DE LOS ESQUIROLES.
                                                        Joan Antoni Fernández


El policía alzó la mirada y observó al hombre esposado que tenía ante él. Se trataba de un individuo de edad avanzada y complexión enorme, vestido con un estrambótico traje de color rojo, desgarrado por los cuatro costados. La cara del detenido era mofletuda, con el cabello desordenado y una barba enorme que tal vez bien lavada hubiera sido blanca. Como remate, lucía un ojo amoratado mientras el otro, de un azul intenso, miraba al agente con rabia contenida.
Papá Noel, ¿no le da vergüenza? —le recriminó el policía.
¡No veo por qué! —exclamó el detenido—. ¡Las leyes laborales me amparan! Vosotros no podéis detenerme estando en ejercicio de mis prerrogativas sindicales. ¡Mantengo una huelga legal, esto es un atropello!
Pero, ¿y los niños? —el funcionario le amonestó con tono reprobatorio—. ¿Ha pensado usted en los pobres niños? Si no trabaja esta noche, la chiquillería mañana no tendrá juguetes.
¡Por supuesto, el típico argumento coercitivo! —el viejo se sulfuró—. ¡Según eso, yo no tengo derecho a declararme en huelga! ¿Cómo puedo presionar a la empresa, entonces? Claro, me limito a aplicar los servicios mínimos y regalo sólo juguetes Made in Taiwán, ¿verdad? —El hombre se sulfuró todavía más—. Hace demasiado tiempo que mis demandas son ignoradas, que no me toman en serio. ¡Pues basta ya! ¡Se acabó! A partir de hoy me declaro en huelga de brazos caídos. No habrá ningún regalo ni juguete en todo el mundo mientras no se acepten mis reivindicaciones.
¿Y no puede esperarse hasta mañana? ¿Qué más le da por un día?
¡Qué gracia me haces, muchacho! Mañana no podría hacer ninguna presión, lo sé muy bien. Cada año se repite la misma historia: me prometéis entablar un diálogo para estudiar mis reivindicaciones, pero una vez ha pasado Navidad nadie quiere saber nada. ¡Ya basta! ¡O me concedéis todo lo que pido ahora mismo, o no reparto más regalos!
Bien, pero entonces otros harán su trabajo.
¡Y un cuerno! ¿Quizás pensáis que mis juguetes los puede repartir algún comando del ejército? ¡Ni hablar! Mis renos han formado piquetes y no dejarán que ningún militar coja mis bolsas, ni que se acerque a ninguna chimenea mientras no pactemos un convenio en condiciones. Además, también el tió en Cataluña se ha solidarizado con nosotros, dice que su tarea es muy dolorosa y quiere un plus de peligrosidad. Y el olentzero en el País Vasco. El pobre está harto de hacer siempre el trabajo sucio.
¿Y qué desea usted para deponer su actitud?
Así está mejor —dijo el hombre con satisfacción —. Queremos mejoras sustanciales en nuestro contrato: exigimos vacaciones pagadas cada veinte años, un plus de nocturnidad y el pago de las horas extraordinarias. También el alta a la Seguridad Social con derecho a pensión y a asistencia sanitaria, un trineo nuevo con aire acondicionado, airbag y ABS...
¡Oiga, jefe! —le interrumpió el agente—. Yo no puedo darle todo eso. Sólo tengo órdenes de encerrarle en una celda si ahora mismo no se compromete a repartir los juguetes esta noche, como siempre ha hecho. Usted mismo.
¿Pensáis que me asustaré con tan burdas amenazas? Pues ya me puedes encerrar cuando quieras, pero te advierto que mis renos han bloqueado todas las chimeneas. ¡Ningún niño recibirá sus regalos de Navidad si no llegamos a un acuerdo!
El policía levantó los ojos con resignación mientras sujetaba a Papá Noel por el brazo.
Muy bien —masculló—. No me deja otra alternativa; prepárese a pasar la noche de Navidad en el calabozo.


El enfurecido Papá Noel permaneció detenido en comisaría durante trece largos días. Al fin, cuando ya había empezado su segunda huelga de hambre consecutiva, los policías parecieron ceder en parte y accedieron a liberarle.
Seguro que los niños sin juguetes os han hecho cambiar de opinión, ¿verdad? —preguntó satisfecho.
Por nosotros, como si no quiere repartir nunca más y lo deja. Ya tenemos a alguien que trabaja mucho mejor que usted.
¿Eh?
El pobre y famélico Papá Noel salió a la calle donde sus renos lo esperaban con aspecto compungido. La derrota se intuía en el ambiente.
En aquel mismo instante un montón de sombras danzantes se reflejó en la esquina. Enormes figuras se movían al otro lado de la calle, acompañadas por una gran algarabía y griterío infantil. Papá Noel abrió los ojos asombrado al reconocer algunas de aquellas siluetas: se trataba de camellos.
¡Maldita sean! —gritó furioso—. ¡Son esos presuntuosos Reyes Magos! Por supuesto, siempre han sido muy amigos de las altas esferas… ¡Hasta tienen su convenio aparte!
Para su desgracia, Papá Noel no había contado con aquellos esquiroles.

martes, octubre 11, 2016

Un nuevo artículo sobre la Literatura

Mi colaboración en el Grupo Li Po:
https://grupolipo.blogspot.com.es/2016/10/esplendor-en-la-miseria.html?m=0


ESPLENDOR EN LA MISERIA LITERARIA.

                 



Estimados Amigos


Hoy tenemos el gusto de hacerles llegar un texto de nuestro amigo Joan Antoni Fernández donde nos muestra un desolador panorama en el mundo de las letras. Muchos asocian la literatura solo con los deslumbrantes nombres de los bestseller porque lo asociamos al éxito monetario. Pero ganar el diario sustento con las letras no es la norma prácticamente en ninguna parte del mundo que conocemos. Esa precariedad no solo se circunscribe al mundo de los escritores.  En el más reciente informe de la AISGE nos dice que el 73 por ciento (72,9%) de los actores y actrices españoles no logran vivir exclusivamente con los ingresos que les reporta esta actividad profesional. En nuestro país sin hacer ningún estudio podríamos elevar ese porcentaje al 99 % sin temor a que esa aumento arbitrario tuviese muchos errores, eso sin mencionar la situación de los escritores que en el mejor de los casos reciben 50 céntimos de bolívar (lo que antiguamente se llamaba un real) por palabra cuando escriben en un periódico. Normalmente las columnas en los periodicos rondan en las 500 palabras. Eso significa que un escritor recibe 250 bolívares fuertes (que mentira más grande la de del gobierno de Hugo Chávez que reconvirtió la moneda vieja quitándole  3 ceros para crear el bolívar fuerte. Una manera de devaluar sin levantar grandes pasiones) una cantidad que no le permite comprar un pan canilla o baguette. 




Ni para pan da escribir en Venezuela.


En Venezuela un país donde la cultura siempre ha sido un adorno para dar un poco de brillo a ciertas gestiones públicas siempre hemos asumido a España como una especie de país de jauja de la cultura visto a lo lejos; pero si aumentamos las dioptrías de acercamiento podremos apreciar las grietas en nuestro paraíso soñado.

Joan Antoni Fernández nos presenta varios casos de escritores que murieron en la pobreza pero quizá el que más nos llame la atención sea el del escritor José María Gironella, que logró ser el primer autor superventas de España y  que fue muy conocido aquí por su trilogía de novelas dedicadas a la Guerra civil Española.


Deseamos saquen provecho de la entrada y que se convierta en un llamado para establecer políticas que aseguren la dignidad de todas las personas en sus días finales.

Richard Montenegro



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ESPLENDOR EN LA MISERIA

                                                          Joan Antoni Fernández
Tal vez tenían razón los camboyanos cuando, tras la cruenta guerra de Indochina, prohibían la entrada en su país tanto a perros como a escritores. En cierta manera ambas formas de vida han ido muy unidas, al menos en España. No hay más que observar las necrológicas para llegar a esta conclusión, la mayoría de escritores acaban sus días como perros. Sólo tras su muerte genios como Cervantes o Valle-Inclán tuvieron un homenaje y el reconocimiento general. Ya lo dijo el poeta Luis Cernuda, otro escritor maldito que llegó a pasar hambre. "Escribir en España no es llorar, es morir", afirmó retocando la famosa frase de Larra.


Valle-Inclán
Semejantes pensamientos me han asaltado al comprar de saldo la última obra de José María Gironella, el otrora padre del best-seller en España y que hace unos años murió en la más absoluta de las miserias. Este último libro salido de sus manos, "El Apocalipsis", apenas ha vendido unos 6.000 ejemplares, hecho sorprendente viniendo de alguien que en su día alcanzó la cifra de 12 millones de ventas (la mitad tan sólo con "Los cipreses creen en Dios"). No es de extrañar que su entierro fuera pagado en parte por el Centro Español de Derechos Reprográficos (Cedro), un organismo que viene a ocupar el lugar dejado por el viejo Montepío de Escritores.




Según datos oficiales, en 2003 existían en España unos 60 autores, tanto de narrativa como de poesía, alguno incluso Premio Nacional de las Letras, todos ellos malviviendo con la ayuda de semejante organismo. La asociación de autores Cedro se gastó 230.000 euros (unos 38 millones de pesetas), sólo en ese año, y en concepto de ayudas puntuales: pago de alquileres o letras vencidas. Incluso, sin querer decir nombres, se sabe que pagaron la factura médica a un "gran escritor" que no tenía dinero ni para ingresar en una clínica. Todos recordamos casos como el de Alberti, a quien se le pidió el Cervantes para que pudiera sufragar gastos y pagar la residencia donde estaba interna su primera esposa. Autores de la categoría de Rosa Chacel o Gabriel Celaya tuvieron que malvender en vida sus extensas bibliotecas y archivos personales para ir tirando. Gente tan divergente como pudieran ser Emilio Romero o el también cineasta Juan Antonio Bardem han tenido que subsistir casi de la caridad de sus amigos.




La lista se hace interminable: Alfonso Grosso, muerto de forma miserable en un psiquiátrico, Lauro Olmo, fallecido en la indigencia, María Zambrano, siempre al borde de la ruina, o León Felipe, cuya biblioteca fue recientemente vendida en 150 millones de los que ni siquiera sus parientes verán un duro... En Hollywood existe un término para definir a cierta clase de gente: los has-been (los que han sido). En España podría reformarse la expresión por "los que han escrito".


Alfonso Grosso
Confesémoslo: la mayoría de nosotros, pecaminosos amantes de la lectura, fervientes obsesos de la letra impresa, hemos sentido el ardiente anhelo de llegar a ser auténticos escritores consagrados. Lo que es peor, algunos soñamos todavía con semejante locura, empecinados en emborronar cuartillas con la vana esperanza de saltar a eso que de forma heurística ciertos pensadores han definido como El Gran Público. Vano intento, aceptémoslo de una vez por todas: el Gran Público ya no existe.


José María Gironella recibiendo el premio Planeta en 1971. Parece que fue profética la entrega de este premio que sería el refleja de su precaria condición en los últimos años de su vida.
Hagamos un repaso histórico. Año 2002: se produce un parón técnico en las ventas de libros, la crisis económica generalizada hace que los editores españoles se replanteen su estrategia comercial. Ya no sirve de nada editar de forma compulsiva con la única meta de ir llenando estanterías, es preciso enganchar al público, crear nuevos lectores. ¿Queréis cifras? Tomad cifras: en 1992 se editaron 39.000 títulos en España, llegando hasta los 60.267 en 2001. Pero, ¿quién demonios puede leer todo eso? Tan descomunal aumento de títulos editados provoca una inflación que el sector no puede digerir. Las tiradas medias han ido rebajándose y los libros no tienen mucho más de un mes de vida en las librerías, siendo desbancados por otros nuevos para ir a ocupar sitio en el almacén del librero. Las ventas han bajado sencillamente porque es materialmente imposible vender tanta novedad. A eso se le llama morir de éxito.




Los libreros, dichosos ellos, todavía no han notado la tendencia y siguen con los estantes llenos a rebosar, las mesas de novedades pletóricas de títulos hasta el punto de tener que renovar cada semana. Cierto librero me decía que suelen recibir una media de 82 (¡ochenta y dos!) títulos nuevos al día, o sea unos 21.000 ejemplares anuales. A ver, seamos sinceros, ¿alguien se ha comprado, ya no digo leído, veintiún mil libros este año? La política del editor (una política importada de EEUU) consiste en ocupar espacio en las estanterías, incluso a codazos, evitando que lo haga la competencia. Resulta más barato editar por los descosidos que promocionar un solo título. ¿Se preocupan las editoriales porque el libro valga la pena? ¿Y qué más da si a pesar de todo vende? Lo malo es que semejante política comercial impide que el libro tenga vida, que llegue a funcionar el boca-a-oreja entre los lectores. ¿Quién no se ha encontrado nunca ante la incómoda situación de ir a buscar un libro recomendado que ya no estaba, desalojado por toda una retahíla de nuevos títulos absolutamente peregrinos?


Rosa Chacel
La solución radica en editar menos y en hacer tiradas más cortas. Al menos, ésa es la tendencia que se está tomando en editoriales como Planeta (editan un 20% menos que hace un año), Edicions 62 (un 15 %), o Proa (un 15%) entre otros grandes. Tusquets y Edhasa, en cambio, mantendrán el mismo ritmo sin incrementarlo. Lo único cierto es que la media de tiradas se sitúa entre los 2.500 ejemplares y muchas veces las tiradas no se agotan, que no todos son éxitos como Cercas o Zafón (catalogados de "auténticos milagros" por sus propias editoriales).




Otro aspecto a tener en cuenta es la diversificación de los géneros que se está produciendo entre el público lector. La no ficción está desbancando a la ficción en lo que parece ser una tendencia irreversible, ya casi no existen esos lectores fieles que consumían una temática muy concreta y unos autores determinados. El propio best-seller se ve amenazado y las ventas de un Stephen King, entre otros grandes nombres, han bajado en picado en los propios EEUU. Los lectores (lectoras en su mayoría) se han vuelto más volubles y mariposean sobre los títulos publicados decantándose en mayor medida hacia temas menos ficticios, más acordes con las problemáticas sociales.


Stephen King
Entonces, ¿dónde podemos encontrar a ese Gran Público que encandilar con nuestra acerada prosa? Me temo que únicamente en el hipotético caso que Steven Spielberg, J.J. Abrams o Guillermo del Toro nos compren los derechos de la novela para hacer una película, sólo entonces tendremos acceso a las grandes masas. Mientras tanto, desengañémonos, si llegamos a publicar lo haremos para minorías. Todo lo selectas que se quieran, pero minorías sin el menor género de dudas.




Hoy en día resulta relativamente fácil ser publicado por cualquier pequeña editorial de las muchas que pululan en el mercado, empresas que lanzan tiradas medias de unos quinientos ejemplares o incluso menos. Dependiendo de la distribución, que ésa es otra, hasta podemos disfrutar de nuestra media hora de gloria en la mesa de novedades de una gran librería. Parientes, amigos y conocidos podrán pasar y extasiarse ante la Gran Obra que hemos publicado. Pero que no se entretengan ni tarden demasiado en marchar, que hay cola y otros autores aguardan turno con su lista de parientes y amigos. Que no decaiga.




No es de extrañar que las nuevas promesas de la literatura, quienes empiezan, la gente sin padrinos,  se lancen a publicar sus obras en formato digital. Intentan llegar así a un público nuevo, a través de Amazon o de alguna otra plataforma parecida. El libro electrónico ha irrumpido con fuerza, dispuesto a quedarse. Es mucho más económico y parece no requerir tantos mediadores entre autor y lector. Y así, el escritor se convierte en algo parecido a un vendedor de seguros, llamando a todas las puertas virtuales para “colocar” de forma machacona su producto.

Y eso no es lo peor: la falta de filtro hace que se publiquen en las redes demasiadas obras a la vez, saturando la oferta. Además, sin control alguno, la mayoría de novelas están sin pulir, y buena parte de ellas son mediocres, cuando no malas. Así, ante semejante avalancha, el público comienza a sentirse perseguido, estafado y saturado.




 Se ha creado un enorme tsunami, capaz de ahogar a la mayoría. Hasta los títulos que más venden son de usar y tirar. Enseguida llega otro que ocupará su puesto con rapidez. No es oro todo lo que reluce, aunque este fenómeno, el de los e-books, requiere un examen mucho más complejo.

Ante un panorama tan desolador uno se pregunta si resulta buena idea intentar abrirse camino como escritor. Aunque la fama llame a nuestra puerta no podemos fiarnos de ella. En este mundo mercantilista cada vez los reinados son más efímeros y quien hoy vende millones tal vez mañana sea olvidado. La conclusión que sacamos a todo esto es que el tiempo de la literatura está tocando a su fin. Con un poco de suerte se puede brillar con intensidad un breve espacio de tiempo, captar la atención durante un instante. Después, de forma inevitable, llegará el olvido.





Cierto, la creación literaria puede provocar un gran esplendor. Pero mucho me temo que hoy en día sólo sea un esplendor en la miseria.

domingo, abril 19, 2015

Chic@s... ¡al Salón!

Otro año más ha tenido lugar el gran acontecimiento. La 33ª edición del Salón del Cómic de Barcelona se clausura hoy domingo 19 de abril. Han sido cuatro días intensos, los números así lo indican. Al acto han acudido 165 expositores, ocupando los 36.000 m2 del recinto de Montjuïc (Palacio 2, planta baja y superior) dentro de la Fira de Barcelona. Como siempre, un gran éxito de público que ha respondido entusiasta a esta cita anual. No creo que tengan problemas en romper el récord de asistencia del año pasado, cifrado en más de 100.000 visitantes.

   Pero dejemos aparte las interesantes charlas, conferencias y firmas de autores, las cuales te obligan a seguir una agenda fija, con días y horas inamovibles, si es que deseamos presenciar ciertos actos. Es inevitable, muchos son los aficionados que asisten dos o tres días en su afán por oír, tocar u obtener la firma de algún autor favorito. Este año no ha sido mi caso, pues sólo acudí el viernes. Por una vez me he limitado a saborear de las exposiciones y comprar algún ejemplar de cómic sin sentir la presión de acudir a firmas o conferencias. La única charla a la que asistí fue a la que dio el gran David Salzberg, asesor científico de la serie de TV "The big bang theory". Muy interesante, como era de esperar, y lleno completo, por supuesto.

   Este año el lugar me ha parecido muy amplio, lo cual es un acierto. Se podía recorrer el enorme palacio sin sentir ninguna sensación de agobio. No sé si el sábado y el domingo, días de mayor afluencia, estará más congestionado, pero creo que la amplitud del espacio juega a favor del Salón y hace la visita más agradable.

   La planta baja acoge a los expositores principales, así como a los puestos de librerías, tanto de cómic nuevo como de segunda mano. Los laterales se abren con paradas que recuerdan el célebre mercado dominical de Sant Antoni. Allí uno puede curiosear y buscar ese tomo en concreto que le falta para tener completa la colección de su serie favorita. Hay muchas probabilidades de encontrarlo, desde luego. Como que luego lo encuentre en otra parada un poco más lejos... y más barato. Así es la vida.

   En el centro del recinto, como no, están los stands más grandes, los de los pesos pesados. Allí uno puede ver a la sempiterna Ediciones B (este año más sobria que de costumbre) con su ejemplar estrella: "El Tesorero", de Mortadelo y Filemón. Tampoco pueden faltar los clásicos Capitán Trueno, etc. etc.

   Más allá empieza el festival DC. Este año homenajean a su personaje "malvado" de Jocker, pero a mí en particular no me dice nada. Prefiero destacar las ediciones de lujo que han hecho de Lobo de Alan Grant y Keith Giffen. También conviene señalar la línea Vértigo, con nuevas ediciones de Predicador o Y, el Último Hombre. 

   Panini sigue en su línea de mostrar productos, dedicar firmas de autores y dejar que las tiendas vendan el producto. No obstante, yo lo hice, si alguien les pide algún número, también venden...

   Sorpresa mayúscula para el menda al toparme con un stand enorme de... El Corte Inglés. ¡Vaya! Si éstos también acuden a la llamada, señal de que el Salón del Cómic ha alcanzado estatus de éxito. No me quejo, en especial porque, entre otras lindezas, pude descubrir el tercer tomo recopilatorio de The Boys de Garth Ennis, ahí es nada.

   Otro stand imprescindible, cómo no, el de Norma Cómics. Allí adquirí el último ejemplar de Blacksad, que me faltaba desde el año pasado. No, no me compré el tomo con todos sus números, pues sólo me faltaba el último. Hasta para ser friki soy raro, pues prefiero leer los números sueltos que tenerlos en un solo tomo. Además, no sé por qué, pero cada vez que Díaz Canales y Guarnido sacan un número nuevo, de inmediato sale una compilación con "todo" Blacksad... Esperaremos pues.

   Bueno, no me alargo. También tienen parada los del FNAC y Planeta, estos últimos casi dedicados por completo al manga tras perder los sellos de Marvel y DC. Su último (o penúltimo) invento ha sido sacar Jaco el Patrullero Galáctico, una especie de precuela o crossover de Dragon Ball. No sé, no me parece ni mucho menos lo mejor del gran Akira Toriyama.
 
   No puedo dejar de mencionar otras paradas, no tan ostentosas pero igualmente interesantes. En especial otra clásica: Dolmen con su rutilante estrella Cels Piñol, amén de los libros sobre zombies de Carlos Sisí y otros, desde luego. Y La Cúpula, claro... También Gigamesh, aprovechando el tirón de Juego de Tronos presenta un espectacular libro de ilustraciones de Canción de Hielo y Fuego de Corominas. Una maravilla.

   Pero no sólo de editoriales y librerías vive el aficionado. También hay un montón de exposiciones que conviene señalar. En primer lugar la de The Spirit, del gran Will Eisner. O las clásicas de mis admirados ninotaires Vázquez (Anacleto, agente secreto), el Perich, con su humor siempre actual por el que no pasa el tiempo, los grandes Cifré padre y Cifré hijo... Imprescindible.

   Luego, en la planta superior, entramos en el mundo de las utopías y distopías: Juez Dredd, Dani Futuro, Roco Vargas, Flash Gordon, Conan, Los 4 Fantásticos... Me dejo muchos, pero es que la lista sería interminable. Tal vez por eso en el extremo opuesto habían colocado la TARDIS del Doctor Who para que pudiéramos tener más tiempo...

   Tampoco podemos obviar las figuras y modelos de Star Wars, así como las copias usadas en películas como El laberinto del fauno. Y claro, no podían faltar, los vídeojuegos. La estrella es The Legend of Zelda, pero los aficionados podían jugar con la nueva consola Wii U. Incluso hay unas figuras de Nintendo para jugar, pasándolas por la consola para que ésta lea las instrucciones. Me cuentan que una de estas figuras, si la pasas por el lector de tarjetas del metro de Moscú, te deja viajar gratis. Al parecer no es un efecto intencionado, responde a la lectura del sistema moscovita... Me da ganas de ir a Rusia y comprobarlo (si me pagan el viaje, desde luego).

Pero no todo es Nintendo. También estaba Playstation, aunque de forma más modesta, permitiendo que se probaran sus juegos y consolas. Y aparte del típico supermontaje de Star Wars, con su C3PO interactivo, había un gran stand con escenas de la nueva película de Los Vengadores, La Era de Ulltrón...

   No sigo más, que hasta a mí se me están poniendo los dientes largos con el recuerdo. Me da ganas de volver ahora mismo... Y ello pese a que cada vez el merchandising come más espacio al propio sector de los cómics.

   Porque también existe un lado negativo, según mi punto de vista. Cada vez los cómics tienen menor peso específico en el salón. Con lentitud pero con firmeza, año tras año se van viendo desplazados por figuras, maquetas, pósters, camisetas, tazas, colgantes, anillos... Hasta las innumerables películas o las series de televisión, los propios vídeojuegos arrinconan la lectura de imágenes. Es posible acudir al Salón del Cómic y no comprar, no leer, ni mirar, un solo cómic.

   No sé si eso es bueno o malo. Son cosas de futuro.

martes, octubre 21, 2014

Scripto-paisaje, un lujo a su alcance.

  En nuestra sociedad actual todo se arregla mediante encuestas. Por ello no es de extrañar que la World Culture Score, sea lo que sea dicho organismo, haya realizado un estudio sobre los hábitos de lectura en el mundo mundial. ¿Las conclusiones? Tremebundas, como era de esperar.

  Lo sorprendente de la encuesta es que remarca un hecho curioso... o tal vez no. Resulta que los países donde se lee más no son, como era de esperar, los cultos países nórdicos. Muy por delante en el hábito de la lectura destacan los asiáticos.

  Sí señor, resulta que donde se lee más horas semanales en en la India (10,42 hora/semana), en Tailandia (9,24 h/s), en China (8 h/s) y en Filipinas (7,36 h/s). ¡Países donde, por desgracia, el nivel de analfabetismo continúa siendo muy alto!

  En cambio, en la sabia Europa, es la República Checa (7,24 h/s) la primera en hábitos lectores, seguida de Rusia, Suecia, Francia y Hungría. Lo sorprendente es que España (5,48 h/s) se sitúa en el puesto diecinueve, incluso por encima de Alemania. Increíble.

  Ciertos o no estos datos, resulta palpable que sólo un 63 % de los españoles encuestados confiesa haber leído un paupérrimo libro al año. Mucho me parece a mí, a no ser que se incluya como obra de lectura la Guía Telefónica, que ya ni así...

  Pero claro, si ahora resulta que "leer es de países pobres"... En los ricos se estila más aficionarse a los vídeo-juegos y mirar series de "culto" mediante todo tipo de pantallas. Mal vamos, la verdad. A este paso no leerán ni los escritores para corregir sus escritos, que para eso ya están los correctores de texto.

  La solución a tamaña crisis es evidente y aquí la expongo, gratis y todo. Debemos dar la vuelta a la tortilla, convertir la lectura, la posesión física de un libro, en todo un lujo sólo al alcance de élites. Vamos a ver, igual que ciertos fulanos chulean ante nosotros mostrando su Rolex de oro macizo (un peluco horroroseibol que acostumbra a ser falso), hay que convertir la posesión de una obra de Cervantes, o una buena imitación estilo Pérez-Reverte, en algo selecto, especial, único. Que farde mogollón.

  Los libros han de dejar de venderse en las librerías (¡qué vulgar!) y en su lugar hacer exposiciones en sitios elegantes, de moda. Más que vendidos, deben de ser adquiridos mediante subastas de postin, como piezas únicas. ¡Al mejor postor! Qué cara de satisfacción del cliente cuando diga, mostrándolo en su funda de plástico protector, que ha adquirido un ejemplar del "Código DaVinci", por ejemplo, por unos veinte mil euracos... Si por semejante precio hasta dará ganas de leerlo y todo...

  Por supuesto, en los colegios la lectura ha de dejar de ser obligatoria. ¿Para qué? Los pobres pueden (deben) vivir mejor sin saber leer. No les reporta nada bueno. El que quiera aprender, que se pague clases opcionales no subvencionadas. ¡Seguro que habrá hostias por entrar en alguna academia con pedigrí donde estrictos profesores de rostro ceñudo enseñen las nociones básicas para entender, por ejemplo, las estampitas de los santos y las etiquetas de ciertos artículos con glamour.

  Convenceos. ¡La lectura es un lujo! Ver pantallas lo puede hacer cualquiera, gente sin apenas estudios. Pero leer... eso sólo ha de hacerlo la gente selecta. No seas pobretón y lee.

  Otro día hablaremos de "comprender la lectura". Ahí sí que tenemos un problema... y gordo.